El avión, subía, caía, subía, mierda se cayó y el perro
venia tras nosotros, saltábamos las bardas tan desquiciadamente, quince niños
cruzando el campo y la casa de las brujas, saltando y esquivando las piedras
que volteábamos para buscar arañas y serpientes, rasgando nuestra ropa y
rasguñando nuestros brazos con la cerca, otros atrapados en la tierra mojada de
sapos hechos rocas que mantenían sus hijos en medio de la poca niebla que había
cada noche después de la tormenta que apagaba los malditos focos de los árboles
y hacían esconderme debajo de la cama, entonces la cera escurría en el azulejo
causando los gritos de mama; algunos de ellos saltaban y trepaban a mi ventana,
igual que algunas luciérnagas que mi hermana llamo "hadas color de
rosa", la fogata era pequeña y las palomitas volaban hasta que todos
quedaban pasmados con otra absurda historia, el automóvil hacia ruido y todos
corrían donde sea aventando la basura bajo su puerta y yo con ella trepaba el
alto pozo de agua escondiéndonos de la bruja vecina que preparaba brebajes en
su bañera, creo que todos estarán bien mientras no veamos un puñado de pájaros
nuevos platicando sobre la banqueta, ella me pasó el dado que no tenia números
y lo lanzábamos una y otra vez haciendo preguntas estúpidas y riéndonos
mientras la luna sonreía alumbrando los grafitis del suelo, bajábamos los cien
escalones y entonces fingíamos escaparnos, pero el cansancio siempre ganaba
entonces todos otra vez estábamos bajo un globo de papel corriendo tras
él, habíamos llegado tan lejos que el árbol de la muerte estaba ahí mirándonos
de cerca mientras cambiaba su forma a nuestras espaldas y su señor vasallo
dueño de la mansión nueva abandonada salía con dos perros que nos seguían por
el camino de piedras ¡Pinches niños de mierda! ¡te conozco lalo y a tu padre
tambien! Y ellos respondiéndole con distintas señas y palabras, ella
me alzaba y me escondía en los sembradíos de flores amarillas esperando a que
el loco señor de la burocracia se tranquilizara y se largara a dormir, ella me
esperaba por largos ratos, las noches eran de laberintos en los girasoles,
hasta que todos iban despareciendo o cambiando y nadie quiso recordar nada...
Todos habían crecido.